Para ir al grano, del COVID-19 hay contenido y reflexiones esenciales para revisar durante semanas. Para ser directo, los efectos son totalmente devastadores en lo que respecta a las cifras de personas fallecidas. Una incuestionable tragedia de escala mundial todavía en curso, de incertidumbres, temores y fragmentaciones.
Desde la región más desigual, violenta y desconfiada del mundo que es América Latina, la pandemia ha golpeado día a día a la población que no puede quedarse en casa, porque la vivienda no tiene las condiciones para ser un refugio de cuarentena, también donde el hacinamiento es un impedimento para la distancia física establecida. Además, no es viable para quienes tienen la necesidad básica de salir a trabajar para ganar lo que se necesita para el día. Esto no significa ir contra los dictámenes sanitarios nacionales, es la inaplicabilidad de aquellos lineamientos para la realidad de millones de personas en cada uno de los países de la región.
Para comprender la tensión con más detalle, estamos haciendo referencia a cientos de millones de latinoamericanos y latinoamericanas: a los más de 104 millones que viven en asentamientos populares; los más de 185 millones en situación de pobreza, con proyecciones nada alentadoras que establecen que la cifra ascenderá a 215 millones de personas por los efectos del COVID; a los más de 154 millones de niñas y niños que tienen las escuelas cerradas o que desde antes no contaban con acceso a la educación. La situación es extremadamente grave por la pandemia, pero exacerbada por aquellas pandemias que existen desde hace décadas en América Latina, una región de riqueza humana, pero profundas desigualdades que se reproducen y adaptan ante las contingencias.
La realidad actual es crítica, lo era antes del COVID-19 y lo es con más intensidad con los efectos devastadores del virus. La urgencia de una vivienda digna; el debate sobre el acceso a la salud que hoy se encuentra con un sistema desbordado; la tensión de lograr que la educación sea un derecho, principalmente cuando no se cuenta con los medios para tener clases virtuales; la violencia de género con cifras alarmantes y en aumento; el racismo y xenofobia que aflora en nuestros países. La pandemia de las pandemias hace visible las profundas injusticias en nuestras sociedades fragmentadas, con ciudades que son para quienes las pueden pagar, en donde los derechos son mercancías que dependen del poder adquisitivo: agua, saneamiento, electricidad, vivienda, dimensiones que se posicionan como fundamentales para atender, mitigar y promover la recuperación para los efectos del COVID-19.
No hay receta ante tanta adversidad. Sí, existen claves esenciales para transformar los efectos de la pandemia y las pandemias. Primero, conocer y comprender los grupos que son prioritarios de atención para un trabajo informado y participativo. Segundo, la colaboración de la ciudadanía, gobiernos locales, instituciones públicas y sociedad civil para integrar aportes, lecciones e iniciativas que permitan priorizar a población que hoy vive la embestida del virus. Tercero, autoridad política de Estado que ponga en el centro a las personas, desde el conocimiento profundo del territorio, promoviendo el derecho a la salud, educación, vivienda y servicios básicos. Un Estado que promueva la función social de las políticas públicas de emergencia y largo plazo. Cuarto, participación ciudadana para vincular lo económico, lo político y lo social desde una toma de decisiones que potencia la gobernanza democrática de un país, municipio o comunidad. La solución requiere lo mejor de todas y todos, acuerdos vinculantes de acción inmediata.
Vamos tarde.
Juan Pablo Duhalde
Director General TECHO Internacional