Lulu y Ray viven en el asentamiento Colalispa, México. Junto con TECHO, lograron construir un nuevo hogar que les brinda un espacio seguro, dejando atrás la sensación de estar siempre huyendo de su propio espacio.
Hace un año, decidieron mudarse a este barrio después de enfrentar conflictos en la región donde vivían anteriormente. Desde entonces, han enfrentado dificultades para adaptarse debido a las precarias condiciones de la vivienda que construyeron con sus propias manos. Las paredes, hechas de maderas quebradizas, permiten que el agua entre cada vez que llueve, y el techo no ofrece la protección necesaria. En esta nueva zona, el frío y los vientos son más intensos, algo a lo que nunca antes se habían enfrentado, lo que agrava aún más la situación al no contar con una casa adecuada para protegerlos.
Además, no tienen acceso a servicios básicos como agua corriente o drenaje, ya que el asentamiento está muy alejado del centro de la ciudad. Esta distancia afecta especialmente a Ray, quien trabaja en lo que puede, ya sea en jardinería, albañilería o rompiendo piedras. Sus días comienzan a las 4 de la mañana, cuando sale de casa, y terminan a las 11 de la noche al regresar, muchas veces bajo la lluvia. A pesar de su agotadora jornada, al llegar debe ocuparse de secar lo que se mojó o reorganizar su cama para evitar mojarse mientras duerme.
Por su parte, Lulu, desde que llegó a la comunidad, comenzó a involucrarse en actividades comunitarias. Fue a través de una vecina que conoció a TECHO. Intrigada por el trabajo de la organización en el barrio, asistió a todas las reuniones que pudo, incluso cuando su trabajo se lo dificultaba. Luego de esa primera reunión, le contó a Ray sobre TECHO y mencionó que se había inscrito en un proceso de encuestas. Ray, escéptico, le respondió: “¿Quién te va a dar una casa? Estás soñando”.
Lulu cuenta que, al principio, tenía dudas sobre el trabajo de TECHO: “De verdad yo creía que no era cierto (…) empecé a creer cuando vinieron varios muchachos a hacer la encuesta, a medir el terreno”.
Todo cambió un sábado por la mañana, cuando un grupo de voluntarios llegó a su terreno. Junto con ellos y algunos vecinos que se acercaron a ayudar, comenzaron la construcción de su nueva vivienda. Para el domingo por la tarde, la casa ya estaba lista. Lulu y Ray recuerdan esos dos días como una experiencia inolvidable, llena de charlas, bailes y risas compartidas.
“Los voluntarios, muy buena gente, muy amables (…) espero que puedan seguir ayudando a más gente que realmente también necesita una casa”, comenta Lulu. Entre todos los momentos vividos, uno que marcó especialmente a Lulu fue la ceremonia del último pilote: “Todos pusieron sus bonitas energías, bonitos deseos, me ganaron más con cosas muy bonitas”.
Reflexionando sobre su experiencia, Lulu señala: “Espero que esto ayude para ayudar a más gente que sí lo necesita. La gente que nos venimos a vivir a estas comunidades es por necesidad, mucha necesidad”. Y concluye con un mensaje de gratitud: “De corazón les doy las gracias, a toda la gente que ayuda y apoya que siga apoyando, que sí es realidad (…) siempre tendrán las puertas abiertas de mi casa”.
La historia de Lulu y Ray es un recordatorio de que, trabajando juntos, es posible transformar vidas. La construcción de su hogar no solo dejó una huella en sus corazones, sino también en los voluntarios que hicieron posible este cambio.