Él es Daniel, un joven que en TECHO expermientó por primera vez la sensación de ser movilizado por un sueño. Daniel, entonces estudiante de Economía, escucha a uno de sus amigos hablar sobre una convocatoria que había escuchado en la radio. Se trataba de un encuestamiento en Charallave, estado Miranda, organizado por el voluntariado de TECHO. Aunque nunca había participado en algo así, Daniel decide unirse por curiosidad, sin saber que esa decisión marcaría un antes y un después en su vida.
La experiencia en Charallave fue un despertar. Al recorrer las calles, conversar con las familias y entender de cerca sus necesidades, Daniel comenzó a ver la pobreza desde una perspectiva que los libros de economía no podían enseñarle. En abril, regresa para participar en la construcción de viviendas de emergencia, esta vez con un propósito más claro: involucrarse, aprender y contribuir desde su lugar.
A través de esas jornadas de trabajo bajo el sol, cargando herramientas y compartiendo comidas improvisadas, Daniel no solo ayudó a construir casas, sino también amistades profundas. «Los amigos que hice en TECHO se convirtieron en familia», reflexiona, recordando las risas, las conversaciones largas y las conexiones que surgieron en las comunidades.
Pero su experiencia fue más allá de lo personal. Participar en TECHO lo transformó en alguien más sensible y crítico frente a las desigualdades de su entorno. Las historias que conoció y las realidades que presenció lo impulsaron a especializarse en políticas públicas, convencido de que era necesario entender y abordar los problemas desde la raíz. Para Daniel, ser voluntario no solo era construir casas, sino también romper estigmas y replantear su manera de ver el mundo.
Las conversaciones que antes evitaba se volvieron inevitables. Con amigos y familiares, comenzó a hablar de temas como la pobreza y la desigualdad, generando discusiones que antes no existían en su entorno cercano. Él mismo admite que, de no haber sido por TECHO, quizás nunca habría tenido el coraje de abordar esas realidades con quienes lo rodean.
De su tiempo como voluntario, lo que más valora son las lecciones aprendidas. Entendió que la pobreza no es un concepto abstracto ni un problema que se resuelve con soluciones rápidas; es una realidad compleja, llena de matices, que requiere empatía, acción y la capacidad de dejar atrás los prejuicios.
Hoy, mientras termina su maestría en Economía del Comportamiento en Inglaterra, Daniel extraña las actividades en comunidad, los momentos compartidos con las familias y la conexión humana que encontraba en cada construcción. TECHO fue más que una experiencia pasajera; fue el punto de partida de un camino de transformación personal y profesional.
Aunque ahora esté lejos, Daniel lleva consigo las herramientas que adquirió como voluntario: la sensibilidad para entender el contexto, la voluntad de incidir en su entorno y el compromiso de trabajar por un mundo más justo. Porque, como él mismo dice, una vez que vives la realidad desde los ojos de quienes más la sufren, nunca vuelves a ser el mismo y te conviertes parte del motor del cambio para alcanzar un mismo sueño: que nadie viva en un piso de tierra.