Consu llegó a la Isla del Oasis, en Colombia, con sus hijas pequeñas y un corazón lleno de sueños. En la esquina del barrio, montó un pequeño puesto de crepas y arepas, trabajando desde temprano para llevar lo necesario a casa. Aunque su negocio le ayudaba a salir adelante, el dinero nunca era suficiente para construir algo más sólido, como una vivienda digna. Aun así, mantenía la esperanza viva en su interior.
Un día cualquiera, mientras atendía su puesto, una conversación inesperada le cambió la perspectiva. Le hablaron de un proyecto que ayudaba a familias como la suya a construir casas, algo que para ella parecía tan lejano como improbable. Al principio, lo escuchó con cautela. Pensaba en todas las familias que vivían en condiciones similares o peores, y no podía evitar preguntarse por qué alguien la elegiría a ella para darle una mano.
Sin embargo, poco a poco, esa idea comenzó a tomar forma al conocer a TECHO. A pesar de sus dudas, decidió intentarlo. Su vida siempre había sido una lucha, pero esta vez no estaba sola. Empezó a conocer a personas que trabajaban en equipo de voluntariado y que parecían genuinamente interesadas en ayudar. Ese apoyo, esa confianza en que algo mejor era posible, encendió en Consuelo una chispa que la llevó a soñar despierta con un hogar para sus hijas.
Ese sueño se volvió realidad. Junto a un grupo de personas que trabajaron a su lado, Consuelo construyó la vivienda que tanto anhelaba. El día de la inauguración, una de sus hijas la abrazó emocionada y le dijo: «Mami, ya nos tenemos que ir para nuestra casa». Esa frase se quedó grabada en su memoria para siempre. Al entrar en su nuevo hogar, sintió cómo el peso de la incertidumbre se transformaba en gratitud y alegría.
La vida de Consuelo cambió desde aquel momento, pero ella no se quedó allí. Con el paso del tiempo, decidió devolver un poco de lo que había recibido. Comenzó a involucrarse más, a aprender, y a buscar formas de seguir contribuyendo. Hoy, se levanta temprano cada mañana para llegar a su trabajo como auxiliar administrativa de TECHO Colombia, desde donde apoya proyectos que, como el suyo, buscan transformar vidas. Ha vuelto a estudiar, convencida de que el conocimiento es una herramienta para aportar más a su comunidad y a su país.
En los pasillos de su oficina, la llaman cariñosamente «Mi Consu». Es la persona que más tiempo ha permanecido en el equipo, conocida por su energía inagotable y su sonrisa constante. Después del almuerzo, siempre ofrece un «tintico», un gesto que refleja su calidez y cercanía. Para quienes la conocen, Consuelo no es solo una compañera; es un símbolo de perseverancia, de amor por su gente, y de cómo los sueños, cuando se trabajan en equipo, se convierten en realidades.
Hoy, Consuelo no imagina su vida sin aquella decisión de confiar, sin aquel primer ladrillo que marcó un antes y un después. Su historia es la prueba de que los cambios comienzan en las esquinas más inesperadas, y que cuando la esperanza se mezcla con el trabajo colectivo, el impacto puede ser profundo y duradero.